El relámpago y la roca

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Romina Baigorria se presenta como pintora y hay, al menos en esta lectura, dos puntos clave a debatir en su obra: por un lado, la disolución del márgen que indica el inicio de una pintura, gesto que da lugar a la sensación de estar dentro de una pintura ni bien se accede a la sala. Y, por otro lado, la alternancia de texturas, fuentes de luz, valores y escalas con los que trabaja. A través de sus obras, la artista produce instancias donde las cualidades sensibles de las cosas se revelan como insumo latente para generar pequeñas fisuras en la experiencia común del
tiempo. Define ensambles donde un espacio pareciera inscribirse dentro de otro ablandando aristas y abriendo accesos a situaciones desconcertantes entre los objetos y la luz.
 

El proyecto de Romina Baigorria es singular y sencillo, procede con desenfado organizando elementos para provocar estados, ahora legibles como el resultado de un tipo de comunicación que se apoya en las obras como si fuesen el medio por el cual se propaga un mensaje sin emisores. El relámpago y la roca es una muestra que despliega una serie de alteraciones producidas por el eco de esta conversación que Baigorria entabla con las cosas, donde pintar es una forma de irse y volver, de ganar perspectiva y de inaugurar territorios de total extrañeza
dentro de casa, detrás de cualquier puerta y sin artilugios exuberantes. En todo su trabajo se refugia en el centelleante andar de un tipo de pintura que es inquieta y multimedial, que se preocupa por amalgamar estímulos y formas para invocar desplazamientos. Pintar es, en este caso, una contienda puertas adentro para abrirse horizontes sin latitud, sin tiempo y sin pena.

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Carlos Gutiérrez

marzo 2024