Hay afuera de acá 

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Una ciudad es un sistema de calles, viviendas, comercios, fábricas, terrenos baldíos, autopistas, instituciones y espacios públicos donde la gente vive, trabaja, se aburre, sufre, tiene ocurrencias, se divierte, se agrupa y se dispersa; muchas veces todo junto. Pero no es solo eso, también es el escenario de una suerte de obra de teatro sin que nos demos cuenta. Cuando nos damos cuenta empiezan los problemas. A su vez, se puede representar a la ciudad, maquetarla, estilizarla o reducirla a la fragilidad de una estructura, metaforizar su perfil con telgopor y hacerle decir que su espíritu fundamental está muerto, que su humanismo ya no es, que una catástrofe la dejó sin expresión, que la voluntad del arte sólo puede imaginarla callada. Los telones y los frisos están por todos lados, el cielo cumple el papel de ambos y ambos cumplen el papel del cielo. El habitante ideal de la ciudad, de las maquetas, de la rampa mental que la imagina y de la realidad que la condiciona es el topofílico, maníaco y tenaz personaje de la realidad exagerada, que la habita como estudiándola. Es ahí donde se parecen la cuadrícula de sus calles y el arte de ablandarlas hasta encontrar una forma que se acerque a una punta de lo que solapan adrede.

 

En este sistema que Waissman construye para dar cuenta de un estado de ánimo individual se esconden algunos fantasmas sociales: todo lo que no somos que nos empujó a ser, incluyendo ahí el pasado, los muertos, los recuerdos y las cosas que para bien o para mal no sucedieron. ¿Pero puedo decir con una soltura semejante un problema fundamental? Me refiero a la pregunta por dónde vivimos y cómo vivimos juntos. La reflexión, así, se parece a la nieve de utilería de un estudio de cine, al movimiento de una marioneta que no logra dar con el suelo y al entusiasmo sin fondo, más o menos trágico, de saber que no hay afuera de acá. O, si se quiere, una pregunta abierta: ¿Qué hay afuera de acá?. Cada quien puede imaginar qué significa acá: el cosmos, Latinoamérica, las cinco esquinas, Escobar, Argentina, Occidente, Palermo (barrio porteño o ciudad italiana), el planeta Tierra, la provincia de Buenos Aires...

 

Los imperios, sobre todo, caen. Los estadios se llenan de gente. Las catedrales ven pasar el tiempo que se cuela con el sol entre los vitreaux y las claraboyas. Los metales son como forasteros perdidos que no encuentran la terminal y lo único que queda de la parte de adentro de la tierra. El hollín es el resto de un proceso. Sumado en el desorden de las sensaciones, tengo para mí que las ciudades, los lugares donde vivimos en general, nos hacen acordar a una no multitud, al reverso social, al vacío y al primer tiempo de la final del mundo en el campeonato contra sí mismo.

Juan Laxagueborde