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La fotografía como taxidermia.

Nora Aslan

Curador: Eduardo Stupía

15.4.15 - 22.5.15

Pelos, huesos, garras, plumas  y una breve secuencia de pormenores

Nora Aslan fotografía ejemplares de especies diversas conservados en los museos de historia natural. Al irónico espejismo del embalsamamiento, a esa eternidad de paja, tela y plástico, le superpone una otra vida suspendida en el tiempo, la vida documental que otorga la fotografía, más ilusoria en este caso todavía, porque se ha fotografiado un simulacro, una apariencia, la indómita vida salvaje solidificada como pura forma exterior, como si la fotografía fuera una nueva forma de la taxidermia.


Pero la cantera en la que Aslan abreva para el casting de la fauna actoral que protagonizará sus misteriosas escenas es más amplia y diversa.

 

Incluye la palpitación del animal retratado en vivo, los fondos ornamentales extraídos muy selectivamente del acervo bibliófilo de la artista, el registro de dioramas –una de las fuentes de inspiración de Aslan para la puesta en escena general de la muestra-, de empapelados que oscilan entre la fantasía decorativa y el gobelino, de detalles de cuadros. Y también apropiaciones de ‟naturalezas domesticadas: viveros, jardines, y fragmentos de jardines de cuadros del siglo XVIII”, según sus propias palabras.


Pero esta enumeración es engañosa. E injusta. Puede inducir a creer que estamos en presencia de un mero juego archivista, de una simple acumulación de imágenes cargadas de empatía a punto de subsumirse en un módico scrapbook o, peor, en la típica galería de formatos varios con alegorías melancólicas a la que a veces es muy proclive la iconografía zoológica. Nada más lejos de lo que pasa aquí.


Un pavo real recibe a los visitantes de espaldas, caminando a sus anchas aunque dentro de un indefinible reducto bidimensional. Un corpóreo osito de peluche nos mira con sus ojos como botones. Son los extremos poéticos, o quizás la clave esencial, secreta, de la notable unidad programática a partir de la cual una Aslan regisseur ilusionista impondrá al elemento más reconocible la otra cara de una nueva cualidad dramática, una insólita expresividad. Una a una se exhiben sutiles  artes y habilidades combinatorias para extinguir cualquier sospecha de exotismo y extenderse en el riguroso, ambiguo territorio donde lo extraño, lo inesperado, lo inquietante, eso que incomoda a golpes de incerteza, se empeña en resultarnos bizarramente familiar.


Con pasión de retratista, corazón de zóologa, paciencia de cazador furtivo e imaginación de criatura traviesa, Aslan no se resiste ni por un minuto a la imperturbable tentación de orquestar, con un humor no exento de sabores tenebrosos, esta trémula atonalidad de cráneos, cornamentas, garras amenazantes o peladas hasta el hueso, pelambres ríspidas o sensuales, picos, patas, plumas y colmillos, que suenan y resuenan, entran y salen de escena en medio de espacios, marcos, ámbitos y perspectivas, hallazgos de una ambientación tan maniática en su precisión como funambulesca en el artificio.


A través del collage tradicional, allí donde se corta y se pega manualmente, y de su correlato de edición, contrapunto, superposición y transparencia digitales, en composiciones tan dinámicas como para descoyuntar incluso las estructuras más equilibradas, Aslan ensaya esta suerte de versión anómala de algún perdido gabinete de maravillas para armar su caleidoscópica rapsodia de atávicas ensoñaciones, de fábulas indescriptibles, episodios herméticos y expansivas metáforas.

Edurado Stupía

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