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La vida es cualquier cosa

Martín Salinas

Texto: Silvina Pirraglia

12.09.20 - 24.10.20

Una pintura para la vida

Para él, miniaturizar significaba también hacer inservible:
“lo que está reducido se halla en cierto modo liberado de significado.
Su pequeñez es, al mismo tiempo, un todo y un fragmento.
El amor de lo pequeño es una emoción infantil”
Enrique Vila-Matas

     El diario íntimo para la literatura ha sido por excelencia un género despreocupado de las formas y una práctica de la escritura que acompaña y apuntala la vida. Hay diarios depositarios de verdades inconfesables, diarios que dan testimonio de una época, en los que se reflexiona sobre la propia escritura o el lugar de la literatura. Diarios que acompañan la enfermedad (Katherine Mansfield) y el duelo (Roland Barthes). Diarios que se escriben para mantener el pulso de la escritura (todos) y cuyas entradas por su frecuencia más o menos regular se convierten en el refugio de cuestiones en apariencia intrascendentes, de procesos fisiológicos, de nimiedades que podrían no encontrar su lugar en otras formas de la literatura. En este sentido, los diarios al momento de su escritura, son un refugio al que todavía no le llega la radiación literaria, donde se presenta un “yo inestable”, aunque se conjeture un porvenir. Virginia Woolf escribía en su diario el 20 de abril de 1919: “¿Qué clase de diario me gustaría que fuera el mío? Algo de textura poco compacta sin ser desaliñada, tan elástica como para contener todo lo que pasa por mi cabeza, tanto lo solemne, como lo insignificante y como lo bello. Me gustaría que se asemejara a algún profundo escritorio de antaño, o a un espacioso baúl al que se le arroja una cantidad de trapos y retazos sin pararse a elegirlos.”

      Del mismo modo, los sketchbooks y cuadernos de artistas son aquellos asilos o pequeños laboratorios portátiles, donde se ensaya lo que a posteriori podría convertirse en obra pero muy especialmente, son soportes donde se construye pensamiento alrededor del oficio y la creación artística; donde se vuelcan referencias, impresiones del entorno, estados de ánimo: el puro presente que se intenta atrapar de algún modo.

      Como un registro desfachatado de lo que acontece, los pequeños óleos sobre tela montada que se presentan en La vida es cualquier cosa conservan esa condición procesual e inestable del diario o cuaderno de artista. Por su tamaño y “carácter portátil”, bien podrían funcionar como las tapas ilustradas de libros o emparentarse a producciones en la línea de artistas como Maira Kalman en The Principles of Uncertainty, quien aborda la ilustración a partir del registro humorístico de acontecimientos personales de la vida en la ciudad de New York a lo largo de todo un año, en relación con la historia y las tradiciones.

      En este cualquierismo al que se anima Martín Salinas, en el que conviven abstracción y figuración infantil, no nos encontramos con verdades reveladas o confesiones sin mediación, sino con obras donde se registra lo cotidiano y las relaciones aleatorias que surgen entre lo que se ve, lo que se lee y lo que sucede en el plano de la pintura. En un diálogo con Martín, él comenta: “El hacer me va guiando. Para mí sigue siendo muy misterioso cuándo algo funciona y cuándo no. No hay ideas tan fuertemente preconcebidas. 

Lo que dispara el trabajo a veces es un elemento o una visión intrascendente, como el zapatito de una pintura tradicional que compré en una residencia en Ecuador y que veo todos los días en mi casa. Y lo que más me interesa es ese zapatito con taco y no me importa con qué lo voy a hacer convivir en mi pintura. Para vos son bolos, ¡para mi hermano son maníes! Y la literatura. Nada me hace más feliz que leer. Extraigo citas de lo que voy leyendo y de conversaciones, y las escribo en mi cuaderno. Muchas veces pierdo su referencia”. Hay pinturas con inclinaciones más ornamentales: patrones que se repiten como los lunares, los motivos sinusoides, los óvalos. Y una presencia profusa de jarrones y vasijas que son un guiño a la obra de la artista norteamericana Betty Woodman. Y hay flores (muchas flores) a la manera de la “pintura ingenua”, de artistas como José Luis Menghi, Luis Centurión, o incluso Mariette Lydis, en quienes Salinas puso atención y de quienes ha llegado a comprar alguna obra por internet. Y están las arquitecturas, construcciones y fachadas que muy lejos están del trabajo de Martín como arquitecto. Esas pequeñas maquetas, escenografías y escenarios que se ven en las pinturas, algunas con cuadrículas torcidas y fuera de todo orden, con cortinados, bordes con formas onduladas como de repostería, parecieran estar proyectadas por un arquitecto de fantasía que tiene como clientes a esos personajes representados en las mismas pinturas: el hombre de cabeza demasiado grande por exceso de neurosis; los bolos ¿o maníes? con tacos; el cara de huevo que sonríe por una ventana; las herraduras con ojos desconcertados; el pequeño snowman que espera solitario junto a una torre brancusiana... Como un pintor viajero al que le retuvieron el pasaporte y que sueña con la urgencia de renovar la mirada, Salinas incluye toda una serie de “paisajes atmosféricos” que comparten cierta condición de lo inacabado, que responden a una forma de pintar y dibujar que mantiene hace años y que se separan, tal vez, de todo el resto.

Adictos a la heroína o we need to talk about the ceramics

No hay otro mundo.
Hay simplemente otra manera de vivir
Jacques Mesrine

      Martín compartió un año y medio el mismo espacio de trabajo con la artista Lorena Fernández. Lo que se veía al entrar al taller eran espacios bien definidos: el de él era caótico y el de ella impoluto. Pero había materiales que podían pertenecer a unx u a otrx. Cosas que él atesoraba podían ser de ella y viceversa. Después de algunos meses de trabajar cada unx en sus proyectos, Martín le propuso hacer unos jarrones. A ese dueto lo llamaron Braian Pink.

    Lorena comenta que “el origen de las cerámicas era hacer algo juntos, algo que nos convocara a los dos. Muchas de las maquetas que él hacía en un momento, eran muy parecidas a las fotos que yo trabajaba. Hacíamos lo mismo en formatos distintos. La cerámica era como un lugar al que nos interesaba llegar por distintos motivos, y era obra autónoma, un punto de encuentro. Representan el deseo de hacer algo juntos. La idea es producto del vínculo y es indetectable de dónde viene realmente”.

     “Podemos hacer una muestra que se llame adictos a la heroína”, sugirió Martín. Lo que quedó de ese nombre fue el concepto de heroína, algo sobre lo que Lorena estaba trabajando en ese momento para una muestra individual que no llegó a concretarse y que tenía que ver con la vida de una mujer. Después de meses de prueba y error, esos jarrones se convirtieron en armas o armaduras: una espada, un escudo, un brazalete, una bomba, un miguelito. Son armas y armaduras desplazadas de su función. Ambos coinciden en que no podrían haberse gestado en la soledad de sus talleres o como ideas individuales. Son jarrones imperfectos, descontrolados, jarrones porque sí. Son el ajuar ridículo de una heroína, al decir de los dos. ¿Serán estas finalmente las armas y armaduras más adecuadas para atravesar estos tiempos? Porque, ¿qué se hace cuando la falta del afuera congestiona el adentro?
     Podría decirse que hace tiempo dejamos de preguntarnos qué es el arte y venimos ensayando formas para enunciar aquello que el arte habilita: un sistema de pensamiento, una “metodología para el conocimiento” al decir de Luis Camnitzer, un espacio para la experimentación, formas de estar con otrxs, un lugar a donde ir para que la vida sea más soportable. Que no nos quepa la menor duda de que la vida es cualquier cosa.

 

 

 

 

 

Silvina Pirraglia
Buenos Aires, septiembre 2020.

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