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Nostalgia de un bosque

Andrés De Rose

Curador: Andrés Waissman

Texto David Nahon

20.2.20 - 26.3.20

La división entre naturaleza y cultura es uno de los temas que pasó a discusión pública desde el siglo XVII, en la presunción de que los seres humanos somos una especie aparte de las demás que habitan el planeta. Esta hipótesis, que la antropología nombra naturalismo, se sostiene en las capacidades subjetivas y reflexivas de los seres humanos, en poseer un mundo interior a diferencia de plantas y animales. Esa intimidad, ese compuesto heterogéneo de ideas, costumbres y creencias recibe a veces el nombre de cultura y otras de civilización. Busca establecer las coordenadas donde actúa el ser humano, en una libertad determinada por el inconsciente, la genética y el medio ambiente pero no responde la pregunta ¿Qué es lo que nos hace seres humanos?

 

La pintura es la práctica filosófica donde Andrés De Rose revela esa misma inquietud por el sinsentido de la cultura, la desesperanza de la vida en ciudad. Para él, pintar es modelarse una arquitectura nueva dentro del esquema de una ciudad que le resulta hostil pero a la cual no renuncia. La elige para trabajar, opta por estar presente donde su problemática lo convoca. En lugar de alejarse, se acerca como un entomólogo a las cosas e inventa a partir de ese contacto donde un insecto es un animal pequeño y al mismo tiempo una tecnología muy compleja. Andrés advierte que la ciudad no convive con la naturaleza, se entiende solo consigo misma y la expulsa. En su obra, la matemática de las líneas rectas presenta ese efecto de aislamiento, mientras que los plenos negros aumentan la percepción de soledad. La geometría es su recurso para corregir el desdoblamiento que distingue entre civilización y barbarie, división que ubica a la naturaleza como antónimo de cultura. ¿Puede una obra de arte salvar al mundo? No, pero puede traerle alivio del mundo al que la realiza.

 

Cuando Andrés pinta, goza y padece. Su creación encuentra fuente en un vacío de saber y esa falta puede ser angustiosa, pero él pone a trabajar ese malestar en su obra. Para Andrés está la pintura como objeto, la cosa que llamamos obra de arte pero antes hay un procedimiento. Emprende la pintura y la abandona a veces durante años buscando que se cargue de minerales, de humedad, de sus propios estados a partir de coexistir en el mismo ambiente que sus pinturas. Su método dispone la materia pictórica para que se hagan paso hacia ella otros elementos de la naturaleza, siempre latentes, a la espera de que el hombre retroceda, se aparte o se extinga. Allí recién retoma la tarea sobre la superficie del lienzo, buscando transformar esa energía en una pieza de arte inspirado en las propiedades de la piedra de obsidiana, cualidades que conoce a partir del tránsito por su propio cuerpo. La obsidiana no es una piedra, es un cristal. Como los demás cristales lleva inscripta la formación del mundo. Estos cristales son la reliquia del planeta antes de la cultura y Andrés De Rose encuentra en la piedra de obsidiana una fórmula para pensar la pintura desde la historia pero saliéndose de ella.

 

La tarde que Laszlo Toth emprende a martillazos contra La Piedad de Miguel Ángel pasa desapercibido un dato sustancial, Toth es geólogo. Y la tarea de un geólogo es, entre otras, el estudio de las piedras. En el momento que Toth rompe la escultura, atraviesa la piedra que porta un conocimiento. Da un paso hacia el deseo de saber. Va del apoderamiento a la incorporación mediante el golpe, como los niños que rompen los juguetes para saber de qué están hechos.

 

Pero Toth no es el primero en atentar contra La Piedad, el mismo Miguel Ángel destrozó una versión anterior rompiendo las piernas de Jesucristo, buscando una verdad en su piedra. Laszlo Toth pasa al acto para traer alivio a su delirio de ser hostigado por Dios. Miguel Ángel, en cambio, rompe la piedra para hacerla fallar. Para darle vida mediante esa falta. Aplicando ese principio, Andrés explora la piedra de obsidiana como un mapa, reponiendo las coordenadas de su propia experiencia espiritual, buscando un lugar por fuera del vínculo de explotación que establece la ciudad con la naturaleza. De Rose pinta una humanidad omnívora descargando su ferocidad sobre el mundo natural, del mismo modo que el capitalismo devora todo lo que rivaliza. Hay una idea de progreso que se alimenta de violencia. Como la cosa en la película El enigma de otro mundo, la civilización es la forma extraterrestre que cuando le disparan, crece.

 

Tiempo atrás la NASA divulgó imágenes satelitales del norte de Kazajistán, revelando figuras geométricas en la piedra construidas por civilizaciones antiguas que sólo se distinguen desde el aire y tienen 8.000 años de antigüedad. Después de tantos años de frustración en comunicarnos con el espacio exterior, puede ser un buen momento para empezar a practicar el diálogo en personas más próximas a nosotros.

 

 

David Nahon

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