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Situación

Florencia Caiazza, Mariana De Matteis, Soledad Dahbar

Curadora:  Clarisa Appendino

23.11.17 - 1.1.18

Sabés que caminás pero no advertís bien hacia dónde. Mirás a un lado, al otro, te detenés unos segundos frente a algo y luego seguís. Esa manera de ser general y permanente constituye el sentido más extendido del hábito. Éste no es solamente un estado, sino más bien una disposición respecto de un cambio, engendrado por la continuidad o la repetición de ese cambio. No conocemos cómo lo interiorizamos, ni cuándo. El lugar puede ser la casa, la calle, la puerta que abrimos todos los días, una sala de arte. Hay una memoria ciega que permite relacionarnos con los objetos. Mientras más permanecemos, más nos habituamos, más invisible son las cosas. La mirada, por ejemplo, configura nuestra imagen del mundo pero esa imagen no es sólo visual, sino sustancialmente corporal, y el cuerpo está erguido, vertical. El mundo se presenta entonces a la altura de los ojos: todo pasa desde esa dimensión, hasta las imágenes, hasta los cuadros en la pared, uno a uno con un poco de distancia, o medio apretados como la ropa en el perchero de la tienda. Sea como sea, todo se ubica a nuestra altura para distinguir cada cosa, para descansar sobre la diferenciación.

Un día te levantás y sentís que pisas el suelo para caminar. Siempre lo pisaste, sólo que ahora sentís que lo pisas. El ritmo habitual del tránsito se ve modificado por obstáculos o dibujos sobre el piso. Esas marcas siempre estuvieron, sólo que ahora las ves. Esto, permanentemente, te hace dudar. Te dan unas linternas para ver y tratás de espiar alguna porción de lo iluminado, un pequeño espectro. Deshabituar es procurar, poner en evidencia el olvido, es restituir o inventar una mirada nueva sobre las cosas de todos los días como un señalamiento, un nuevo indicio. Después de esto, el andar dejó de estar sobre la confortable llanura y comenzó a ser una pendiente cada vez pronunciada que hace que tu cuerpo se mueva, que necesites las manos para apoyarte o los brazos para hacer equilibrio. Advertís que el horizonte no es una línea recta paralela a la línea de tus dos ojos, sino una variable sobre la disposición que el cuerpo establece en-con el espacio.

Se te cae algo debajo de la cama y te asomás con la expectativa de ver ese objeto pero en realidad descubrís un mundo oculto al ras del piso, una cosmovisión rasante y de luz tenue. Cuando la materia está presente, no como elemento para la representación sino como exposición de sus cualidades, requiere un modo específico de acercarnos. De ahora en más, la vista se recuesta en la proximidad, en el cuerpo que se acerca a las cosas entre una red irregular de hilos casi invisibles. Entonces, mirar dejó de ser lo que se nos presenta, sino aquello que se busca. Un ejercicio de la mirada gimnástica que involucra una decisión sobre cómo ubicarse para ver. Hacés saltos, te agachás, te encontrás en el reflejo, movés la cabeza de un lado a otro para intentar ver una imagen escurridiza, móvil, variable, inestable. Los materiales son tramposos, nunca nos dan una imagen de sí, sino que devuelven algo de su entorno, del contexto, de su cualidad, pero distorsionado, discontinuo. Su disposición es presentarse de modo preposicional al espacio que habita. Lo expande al mismo tiempo que lo repite: se repliega, se desdobla, se dispersa.

Clarisa Appendino

 

Gachi Prieto. Buenos Aires, Argentina.

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