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El despertar de los insectos

Lula Mari

Texto: Renata Cervetto

16.09.21 - 23.10.21

Pequeños grandes fuegos

      Por la ventana de una habitación se cuela una brisa suave que hace ondular una cortina tejida al crochet. Su textura entramada trasluce en el fondo un cielo azul, que bien podría ser del comienzo o del final de un día. Adentro, la luz baja de una lámpara refleja sobre la mesada la redondez de su pantalla y el volumen circular de su base. La presencia de una pequeña planta en la esquina inferior de la imagen corta con la aparente normalidad de la escena: semi iluminada por esa cálida luz, su presencia convierte la solidez de la mesa en un espeso fango. La atmósfera de la escena queda así en suspenso, y lo que hasta ahora parecía conocido está a punto de transformarse.

 

     “El despertar de los insectos” es la primera exposición individual de Lula Mari en la galería Gachi Prieto, donde presenta una serie de pinturas al óleo realizadas en los últimos dos años. Decir que estas obras comenzaron con bocetos producidos durante sus veranos en El Tigre no sería suficiente. Su fascinación por esta localidad se remite también a su propia historia. Mari cuenta que su tatarabuelo llegó a la Argentina desde Francia - Niza puntualmente - y que fue de los primeros pobladores en instalar el servicio de lanchas de pasajeros en el Delta de Tigre. Su infancia transcurrió entre los canales del Río Lujan, y fue allí donde su mundo visual comenzó a tomar forma, al igual que los matices que sólo ella podía distinguir dentro de la selva isleña.

 

     En el 2020, durante el primer año de pandemia, la artista empezó a incorporar en su block bocetos de seres milenarios como insectos y tortugas. Durante la Antigüedad en China, las tortugas eran consideradas un animal sagrado, dado que sus caparazones eran usados para descifrar el destino de los hombres. La longevidad que caracteriza a estos reptiles era equivalente a su sabiduría, que las conduce sin prisa ni pausa allí donde quieren llegar. Descifrar los mensajes que sus corazas nos traerían hoy en día queda en cada quien, pero ciertamente hay allí una clave de sobrevivencia y adaptación. Podríamos quizás aprender de esa temporalidad más lenta y pausada, de esta otra manera de transitar y habitar en la tierra. Puede que esa sugerencia sea una de las primeras profecías que nos arrojan los paisajes de Lula Mari.

 

      Al verlas en conjunto, estas pinturas dicen algo más de lo que representan. Hay una fuerza que habita en el fondo de estos ríos y pantanos que irremediablemente convoca al espectador. Lula Mari desarrolla su oficio como pintora no solo desde un profundo manejo y conocimiento de la técnica, sino también alimentando de forma constante aquello que la pintura moviliza en ella: un diálogo sostenido y recíproco que se materializa al momento de encontrar la imagen. En otras palabras, presta atención a aquello que la pintura necesita para convertirse en algo más. Las preguntas que se originan en su proceso son inquietudes que la artista trabaja entre pausas y capas de óleo diluidas en trementina. Los “pintables”, como ella los llama, son aquellas imágenes que se presentan y piden un lugar en la tela, como espejismos que se revelan a fuerza de no cesar de buscarlos.

    La figuración que caracteriza a las pinturas de Lula Mari se adentra en el mundo de la ambigüedad y lo fantástico. Por momentos, podemos asociarlas con obras del pintor litoraleño Fermín Eguía, donde míticos peces gigantes devoran embarcaciones y grandes fogones arden entre los matorrales del Paraná. Sin embargo, las obras de la artista no responden a narraciones míticas o fábulas inventadas, sino que sugieren estados de una naturaleza enrarecida, potente y pacífica a la vez. La presencia del fuego y el agua como elementos opuestos pero complementarios, habla también del balance de fuerzas naturales que se presenta en estas pinturas. El fuego destruye, pero también regenera y simboliza la claridad de pensamiento, como puede verse en La transformación, donde una gran fogata arde sobre el agua iluminando la noche. A diferencia de obras anteriores, en las pinturas de esta exposición no se ven personas; en su lugar, el paisaje se convierte en terreno fértil, viviente. Las escenas se despliegan como postales agridulces de un futuro no muy lejano, donde una tormenta desbordante, como la de Lluvia, agita grandes masas de agua y hace que las criaturas -hasta ahora escondidas- se empiecen a asomar entre los pastizales. La presencia de estos animales-bichos, como los llama la artista, es tácita: se los puede sentir y escuchar, pero no siempre se ven.

 

    La corriente que atraviesa a estas pinturas arrastra consigo las memorias del agua. En las orillas del rio se intuye la posibilidad de un final y también de un nuevo comienzo. Podríamos decir que todo empieza y termina en esa imagen del fuego sobre la marea, que también es uno de los tantos hexagramas del I-Ching. Las pinturas de Lula Mari insinúan los caminos que solo podemos surcar al recorrerlos, como esas primeras lanchas hacían en el Paraná. Si vamos lo suficientemente lento quizás podamos notar como del barro también emergen, de forma inevitable, nuevos brotes de vida.

Renata Cervetto
Buenos Aires, agosto 2021

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